sábado, 14 de enero de 2012

Cuando el cine habla sobre cine: ¿cualquier tiempo pasado fue mejor?


Para intentar responder a esta pregunta, que parece ser el estilema (más que el dilema) que ronda estos últimos años por las cabezas de guionistas (especialmente, de televisión), literatos e incluso diseñadores de moda, y en definitiva, de cualquier programador de la cultura de masas, he elegido tres ejemplos.

Tres ejemplos, muy separados en el tiempo, que comparten una serie de rasgos: hablan sobre el mundo del cine, y aclamadas en su momento, representaron, su inusual elección estética las dotó de una condición de rara avis, a la que deben, indudablemente, su fama. Podría hablarles de muchas otras pero mi elección es clara: “El Crepúsculo de los Dioses” (1950), de Billy Wilder, “Ed Wood” (1994), de Tim Burton, y, “The Artist” (2011), de Michel Hazanavicius.



“El Crepúsculo de los Dioses”, nombre en España de Sunset Boulevard (mucho más apocalíptico que el original, y que evita la referencia real) habla, en clave de cine negro, de cómo el cine cambió radicalmente tras la llegada del sonido. No nos hablará del proceso, como hace “The Artist”, sino de sus consecuencias. De una crueldad tragicómica, me cuesta comprender cómo, y porqué, algunos actores aceptaron representarse a sí mismos, con todos sus estilemas y penurias: una gran estrella de cine mudo cuyas maneras no pudieron mantenerla en el estrellato que ella había convertido en una forma de vida, que es Gloria Swanson (aunque en la película se llame Norma Desmond), uno de los más grandes, y singulares directores de Hollywood, venido a menos (el siempre tremebundo Erich Von Stroheim), directores de películas colosales (Cecil B. de Mille, haciendo de sí mismo), y actores olvidados, que incluso en privado son de pocas palabras (Busten Keaton, también interpretándose a sí mismo, en el que posiblemente sea el cameo más desesperanzador del film). Y William Holden (que es muy correcto, pero aún no era lo suficientemente famoso como para representarse a sí mismo). El verdadero tema de la película es el drama de Norma Desmond, su nostalgia infinita y ficticia (completamente construida), un fracaso que se convierte en un vórtice y arrastra a todo su mundo hasta la perdición.



Rodada en blanco y negro bastantes años después de las grandes obras del tecnicolor, esta opción (más estética que económica) conecta, por una parte, con el tono fatalista del film (el cine negro no podía ser sino en este color, y recordemos que esta película, este tragicómico drama, comienza con una muerte), pero por otra con aquel mundo estético y cerrado, con aquella película que Norma ve una y otra vez en su propia mansión (que no es otra que “La Reina Kelly”, de Stroheim y Swanson, de Max y Norma), con aquella vampírica Salomé (porque vampírica es Norma) que interpreta hasta el final. Posiblemente, nos encontremos ante la mejor actuación de Swanson, que tan de sí misma hace (¿o no?), y sin duda, ante la más humana de Stroheim.

Tanto Sunset Boulevard como The Artist nos hablan de la fugacidad, y si se quiere, de la futilidad, de la fama, una fama que era universal y qué movía el mundo, un mundo en el que, imitando a las estrellas de cine, las mujeres se teñían el pelo hasta que se les caía, o los matrimonios se compraban camas separadas porque “era más moderno”*); quizás fuera Sunset Boulevard aquella película que quitara, ya en 1950, el brillo esplendoroso de la aureola hollywoodiense, de mundo glamuroso y perfecto, lleno de “figuras de cera”. ¿Pretende The Artist devolverle esa aureola?



The Artist consiste en las historias cruzadas de dos personas: la caída de George Valentin, posiblemente el  más famoso actor de cine mudo, y el encumbramiento de Peppy Miller, una casual y desenvuelta aspirante a actriz. Su relación será completamente opuesta a la que ya vieron en Sunset Boulevard.

Su atractivo mayor, o al menos así se nos vendió, era ser una película “íntegramente muda” (si quitara las comillas les mentiría, y si las explicase les arruinaría unas sorpresas), rodada además en blanco y negro. Ni en una cosa ni en la otra resulta un hito (recordemos “Les Triplettes de Belleville” o “El Hombre que nunca estuvo ahí” entre mi lista de favoritas), pero esta vez, la historia habla precisamente de ese mundo al que pretendían homenajear: el paso del cine mudo al sonoro, proceso de tremendas consecuencias artísticas, pero, sobre todo industriales (sobre el talkie terror, pueden leer ustedes un excelente artículo aquí**).
Pero no creo que The Artist se escude únicamente en la nostalgia: su humor, quizás, además de en el perro de Valentin, resida en los manierismos escénicos constantes, inviables en un mundo post-Stanislavsky. Precisamente, resultan hilarantes (adjetivo mucho más amble que patéticas) las “trepidantes escenas” de las películas de aventuras de Valentin (a la manera de un amanerado un Valentino, un Fairbanks Jr. E incluso (ya mucho más tardío), un Errol Flynn… ¿No creen?

En definitiva, no es un drama sobre la grandeza de ese mundo anterior, ese parnaso hollywoodiense, sino la enésima demostración de que no es oro todo lo que reluce. Justamente, todo lo contrario que hace Burton, que en una de sus obras más personales (y, a pesar de ello, ¡comedidas!), hace una oda a la mediocridad de este mundo tan adorado.

Bajo la excusa de la biografía de Ed Wood, que se hizo famoso por haber sido nombrado “el peor director de la historia”, Burton nos habla de lo peor de Hollywood, del nacimiento de la Serie B (cuyo verdadero origen, por cierto, no menciona), simbolizado en las penurias de una singular comparsa (que a pesar de lo increíble, fue totalmente real) y en su lucha diaria por conseguir financiación, para filmar unas películas. ¿Por qué no es eso lo que todo actor, director, cámara…quiere?



Ed Wood sea probablemente el antihéroe, y seguramente antiheroica sea su acción, especialmente en su paragón contaste con su adorado Orson Welles (¡el único que producía, dirigía y protagonizaba sus películas!); Ed Wood es una esperpéntica historia de perdedores, precisamente encantadora porque es real. -"¿Cómo lo consigues, Ed? ¿Cómo consigues que todos tus amigos nos bauticemos para que puedas rodar una película?"-.

Burton relata un arco de la vida de Wood, que va desde el estreno de su primera obra hasta el rodaje de su película más conocida, “Plan 9 del Espacio Exterior”, y como he adelantado, nos habla de lo más bajo de Hollywood: un director al que los productores obligan a rodar en una semana***, una obra cuya mejor crítica es que el vestuario era creíble, robo ocasional de atrezzo, un bautizo colectivo, una película sobre un transexual que se emociona mirando escaparates (en los 50) , una antigua estrella de cine a punto de suicidarse porque no tiene para pagar el alquiler (el famosísimo Bela Lugosi, al que interpreta un inmejorable Martin Landau), un protagonista luchador que apenas sabe articular frases, una estrella de la televisión que se niega a hablar en pantalla, un “casi protagonista” fallecido con una escena rodada (que es sustituido por un doble que no se le parece)…

El reparto es excelente, y comedido (hablar de comedido, contenido, en la misma frase que Tim Burton, Johnny Depp, o ¡Sarah Jessica Parker! Es prácticamente imposible), algo tremendamente necesario para que podamos creernos una historia increíble, que por gracia o por desgracia fue real. La estética (que no la técnica empleada, nada desmerecedora) que utiliza Burton es muy clara, de nuevo una clara alusión a la serie B, y, como era de esperar, en blanco y negro.

Todavía no tengo claro si Ed Wood es una comedia o un drama: el drama de los olvidados (y en este sentido, la película conecta con las otras dos), como Bela Lugosi, o como lo será después Vampira, o el drama de toda esta serie de catastróficas desdichas, que sin duda son la única razón por la que toda esta historia se hizo conocido; por otra parte, los sucesos (el robo del pulpo, los arranques de travestismo y el fetichismo por la angora de Wood, los estrenos en los que la gente golpea a los actores…) no pueden resultarme sino cómicos.

Posiblemente, Ed Wood ande lejos de cualquier crítica feroz al mundo del cine: Burton es grande por hacer que amemos a los personajes precisamente por sus debilidades. ¿Podríamos definirla, simplemente, como ingénua y optimista? Me gustará pensar que sí.

Ahora que ustedes, sin han visto estas tres faraónicas (especialmente la primera) películas, conocen el mundo de Hollywood, del Alto y del Bajo Imperio, del Antiguo y del Nuevo. ¿Con cuál se quedan? Yo no les podría decir.

*Al respecto se ha pronunciado en numerosas ocasiones Agustín Sánchez-Vidal, quien explicaba que como consecuencia del Código Hays, que prohibía que se representase a dos personas en la misma cama (aunque fueran un matrimonio, y aunque estuvieran hablando); por ello, para poder rodar conversaciones de dormitorio, los directores recurrieron a camas separadas, una para cada actor. Un guiño a la situación, bastante irónico, puede verse en la película La Corte del Faraón (1985), de José Luis García Sánchez.
**La ausencia de referencias a Cantando sobre la Lluvia, la película pionera, y definitiva, sobre el “talkie terror” es deliberada.
*** Por cierto, The Artist se rodó en un mes. Pero la era digital es diferente.

sábado, 7 de enero de 2012

Pájaros de Portugal: Marcela y Elisa se casaron en 1901 (II)

El matrimonio sin hombre
El día después de la boda, el matrimonio volvió a Dumbría en diligencia. Los vecinos, que había visto durante años a Elisa, no vacilaron en reconocerla: nada de Mario, el joven era la maestra de Vimianzo: “No he visto cosa más parecida a Elisa. Es de su misma estatura, tiene la misma voz e iguales maneras. ¡Hasta su mismo genio!”, “Si no es doña Elisa, es el diablo en su figura.” 

A partir de ahí, el escándalo. Los vecinos avisaron al párroco, y este, a la prensa. Primero, fueron portada de los periódicos coruñeses; luego, de los madrileños: -"Novios de contrabando", "Asunto ruidoso. Un matrimonio sin hombre"- se leía. Los papeles estaba tras las chicas, pero también las autoridades: fueron denunciadas y perseguidas.

Inmediatamente perdieron el trabajo, y se pidió también su excomunión. Mientras tanto, Elisa seguía disfrazada de Mario, por supuesto, y para que pudiera ser excomulgada, la Iglesia necesitaba demostrar que Mario, era realmente, una mujer. Esto conllevaba un examen médico, al que  Mario accedió, y al ser declarado mujer, se excusó diciendo que era un hermafrodita cuya condición había sido diagnosticada en Londres. Evidentemente, no le creyeron, y le obligaron a vestirse de mujer. 

Se dictó entonces la definitiva orden de busca y captura, y la Guardia Civil comenzó a perseguirlas. Cuando llegaron a Dumbría, las maestras ya estaban en Vigo; cuando llegaron a Vigo, ya estaban en Oporto.

Pájaros de Portugal
Marcela y Elisa huyeron a Oporto, Portugal, pensando que ahí las dejarían tranquilas, pero se equivocaron: en seguida fueron reconocidas y arrestadas. Entonces, toda la península conoció la historia de la boda de las dos mujeres, y se llevaron las manos a la cabeza. Los periódicos se vendían como barras de pan: los medios más conservadores obviaban la noticias, otros se llenaban de detalles morbosos (el semanario Nuevo Mundo, que incluía fotografías, vendió 19.000 ejemplares en Madrid en apenas dos días, más de el doble de la más vendida de sus tiradas). El Imparcial dedicó mucho espacio a la historia, con titulares como "Un folletín en acción. Dos mujeres que se casan".

Incluso Emilia Pardo Bazán, en La Ilustración Artística, dedicó unas palabras al asunto: “La destreza y la resolución con que [Elisa] urdió la maraña para soltar, por decirlo así, la personalidad femenina y adquirir legalmente la condición viril revelan una inteligencia nada común y son materia de asombro para el novelista, que apenas acertaría a idear enredo semejante"; pero también, se lamentaba ("¡Cuánto siento que sea tan escabrosa la inaudita novela que estos días se ha divulgado en la prensa!").

Mientras tanto, fueron juzgadas y encarceladas, pero el pueblo portugués se volcó con ellas: por presión popular, el juez las dejó en libertad tras apenas 13 días, y las amadas se buscaron una casa en Oporto.
Entonces, la historia sufrió un vuelco algo inexplicable: el 6 de Enero de 1902 Marcela dio a luz una niña (de padre desconocido) ¿Sería un intento de “normalizar” el matrimonio mediante una descendencia? Quién sabe… Los periódicos volvieron a ocuparse de ellas, con sorna: "Marcela ha tenido una niña de generación espontánea, como las lombrices". Pero mientras tanto, la administración española reclamaba a la portuguesa su extradición. Conscientes de ello, hubo que idear un plan B.

Mi Buenos Aires querido
Cansadas de pasarlas canutas, decidieron huir por una última vez, Buenos Aires, tal como hacían entonces cientos de gallegos. La prensa, y la administración española, perdió con ello su rastro (pues en Argentina cambiaron de nombre) y se cerró el caso.

En Buenos Aires se hicieron pasar por dos hermanas, llamadas María (Elisa) y Carmen (Marcela) Sánchez, y trabajaron un tiempo como criadas, en poblaciones separadas. Pero el duro trabajo, más el cuidado de la pequeñísima hija de Marcela no les dejaba apenas tiempo para verse, así que se metieron de lleno en una operación retorcida: Marcela se casaría con un anciano rico, y con un poco de suerte enviudaría pronto y ellas vivirían de la herencia.

Encontaron el candidato perfecto en Christian Jensen, 24 años mayor que Elisa (en Argentina, María), con el que se casó en 1903: la idea era no trabajar (para poder pasar tiempo con Marcela), y convencerle de que dejara vivir con ella a su “hermana” Carmen (Marcela) y a su “sobrina”. Pero las reiteradas negativas de Elisa/María a consumar el matrimonio, hicieron al anciano sospechar.

Contrató a un detective, quien no tardó en descubrir que María y Carmen eran, en realidad, las famosas Elisa y Marcela de las que en alguna ocasión había hablado la prensa argentina. Jensen las denunció, y trató de anular el matrimonio (el de Jensen-Elisa), pero el juez dictaminó que este era perfectamente válido. 

Esta es la última noticia, de 1904, que se tiene de la pareja; la prensa no se ocupó más del caso… No sabemos, de momento, si fueron felices o se pasaron la vida huyendo.



Bucearon contra el Everest y se ahogaron
nadie les enseñó a merecer el amparo
de la virgen de la soledad
¡qué pequeña es la luz de los faros!
de quien sueña con la libertad…

miércoles, 4 de enero de 2012

Pájaros de Portugal: Elisa y Marcela se casaron en 1901



El 8 de Junio de 1901, se casaron en La Coruña, Marcela Gracia y Mario Sánchez. Esto no tendría nada de peculiar, si Mario no se hubiera llamado en realidad, Elisa, y si esta unión (aún contemplada como válida por la Iglesia) no fuera el primer matrimomonio homosexual de la historia de España, y desde luego, el primer matrimonio católico homosexual (y quizás de cualquier religión), del Mundo.

Pero esta historia no comienza en el siglo XX, sino unos cuantos años más atrás. En la invertebrada y analfabeta España que ve crecer a Ortega y Gasset, en la rural y esperpéntica Galicia de Valle-Inclán, sucede una historia de Amor y Letras digna del cine. Un matrimonio travestido, quizás resulte concebible en una gran ciudad, donde el transformismo era algo recurrente en las variedades; un matrimonio lésbico entre dos maestras rurales, en una España que ignoraba (más que reprimía) la homosexualidad femenina, no era ni siquiera imaginable.



El encuentro
Marcela y Elisa se habían conocido mientras estudiaban en la Escuela Normal de Maestras de La Coruña, donde se formaban para ser profesoras de primaria; ahí, en algún momento, de la amistad o el mero conocimiento, pasaron al amor. Conforme la amistad se iba haciendo más íntima, la madre de Marcela sospechó y viendo que el asunto iba a írsele de las manos, aprovechó su posición más holgada para coger el toro por los cuernos: mandó a su hija a estudiar a Madrid. Elisa siguió en la Coruña.
En aquellos momentos, la distancia Madrid – Coruña, aumentada por unas familias que seguramente interceptarían las cartas, era insalvable, pero el amor continuó y el destino hizo que nada más graduarse, pocos años después, Elisa y Marcela volvieran a encontrarse.

Elisa fue destinada como maestra interina a Couso, una pequeña parroquia de Coristanco; Marcela enseñaba en la aldea de Calo (Vimianzo), a unos 30 km. Elisa recorría todos los días la gran distancia (para una diligencia, siempre incómoda, y esto, si la había) hasta Calo para ir a dormir con Marcela; cuando al año siguiente, destinaron a Marcela a Dumbría, las dos de fueron a vivir ahí.

Esto en 2012 debe ser media hora de coche; en 1900 debía ser amor verdadero.

A nadie le sorprendió que nos maestras solteras vivieran juntas (y de hecho, eran muy conocidas en el pueblo): tales eran las condiciones de trabajo de las maestras de escuela, que apenas tenían otra manera de socializar: tenían prohibido maquillarse o usar vestidos vistosos, fumar o beber, en muchas ocasiones tenían prohibido visitar los establecimientos de ocio (si es que los había), salir de la escuela (donde solían vivir) por la noche e incluso casarse, todo por un mísero sueldo que no servía ni para apaciguar el hambre.
El aislamiento, en una sociedad que ignoraba que el lesbianismo existía, no era problema, pero en algún momento, Elisa decidió dar un paso más, quizás en un intento de normalizar la situación.

El plan maestro
Las amigas fingieron pelearse: Elisa dijo a todo el mundo que se iba, que no aguantaba más; Marcela contó que iba a casarse con Mario, el primo de su amiga.

Efectivamente, Elisa se marchó, pero a La Coruña. Allí se cortó el pelo, empezó a fumar, se agenció ropas de hombre y suplantó a su (ya fallecido) primo Mario. Para casarse, necesitaba una partida de bautismo (por supuesto, masculina), y para ello, necesitaba una historia: en una tierra de forasteros, en que la el mar se tragaba y vomitaba a los hombres, no le fue difícil inventarse un pasado.

En 1901, se presentó ante la Escuela Normal para sacar un certificado de estudios. Al padre Cortiella, de la parroquia de San Jorge, le contó que era de padre inglés, y ateo (¡una calamidad!), y que deseaba bautizarse para poder casarse con una bella señorita, de muy buena familia, como era Marcela. Le bautizó, le comulgó, y para acelerar el proceso, Mario le contó al párroco que había dejado embarazada a Marcela, y que deseaba que su hijo naciera decentemente: en menos de tres meses, podrían casarse. De cómo es posible que el cura, o los coruñeses no sospecharan, no tengo la menor idea.


La boda se celebró el 8 de Junio de 1901, a las siete y media de la mañana, en la parroquia coruñesa de San Jorge, con dos padrinos que hicieron las veces de testigos. La pareja pasó la noche en una pensión, y a la mañana siguiente, se hicieron este retrato en el estudio de José Sellier.



Según el Archivo Diocesano y el Registro Civil, el matrimonio sigue siendo válido. Pero ahí no acabó la cosa…